miércoles, 4 de agosto de 2021

CONSTRUYAMOS LA CULTURA DE DERECHOS HUMANOS.

  José A. Villafuerte Charca

Lo mejor que ha dado el universo a mis ojos es el ser humano, producto no acabado, imprevisible, infinito, complejo, huraño, consentido, crítico, poco autocrítico, constructor compulsivo, destructor cotidiano y vecino complicado de la naturaleza. Por eso y otras características más que se va descubriendo con el pasar del tiempo, lo hace, mejor dicho, nos hace furtivos ciudadanos de lo formal, consecuentes TRASHUMANTES de la vida misma, del espacio que ocupamos y de las relaciones que construimos con nuestros pares, con el ambiente y con nosotros mismos.

Por eso, con certeza se afirma que todo está en movimiento, en permanente cambio, que nuestra existencia es la luz titilante producida por la confrontación de la materia a diferentes escalas, de las ideas a diferentes intensidades y de los intereses a diferentes magnitudes. Sin embargo, una vez instalados en un cubil con intervención directa o indirecta de los demás, ingresamos a un estado de negación, pensando que lo que somos hoy seguirá siendo mañana. Allí es donde se produce el fenómeno del statu quo, dañino para el hombre, porque lo reduce a una pieza de ajedrez en una partida de principiante, con poca pericia y entusiasmo para ser parte activa del movimiento. Tienen que suceder hecatombes y desastres para “despertar”, desenmascarar la engañosa zona de confort e impulsar el deseo íntimo de cambiar, de mejorar, de superar y de desarrollar.

En medio de ese clima cambiante, a veces tormentoso, a veces apacible,  a veces reticente al cambio,  a veces revolucionario,  a veces  resignado,  a veces indignado, a veces organizado y a veces anárquico, hemos ido construyendo nuestras formas de sobrevivencia, nuestras culturas.

Con el tiempo, hemos tomando nota que solo somos nosotros, que por el momento no hay visitantes de otros mundos y que la tierra es la única casa habitable. Entonces, se va consensuando grandes normas de convivencia, probablemente para no hacernos daño. Primero las costumbres, que se cumplen por imitación, luego las normas morales que se cumplen por persuasión y   posteriormente las normas jurídicas que se cumplen por imposición estatal. Hay, sin embargo, unas normas de gran fuerza, importancia y valía, que hemos ido construyendo con el andar de nuestros días, reglas que se van universalizando y perennizando, porque está probado que su existencia, su rescate por el derecho, su vigencia real por nuestra acción humana, sirve para sobrevivir en situación de crisis y para vivir bien en situación de sosiego, me estoy refiriendo a los DERECHOS HUMANOS. 

El hombre permanentemente crea sus derechos y sus deberes, intentando organizar su convivencia y buscando estabilizar sus relaciones interpersonales. Es una tarea compleja, porque así como creamos relaciones, también las destruimos, motivados por el interés de satisfacer necesidades materiales o inmateriales, creando escenarios de permanente confrontación, a nivel familiar, de clase, cultural o nacional; a tal punto, que ponemos en riesgo nuestra especie. Por eso, tuvimos que recapacitar e imponernos la gran concertación, descubriendo y elevando a categoría superlativa normas máximas cuya vigencia garantice nuestra vida como seres humanos. 

No todas las culturas, naciones o estados están convencidos de la necesidad   de la vigencia de estos derechos con el gran objetivo de proteger la vida en general. Esa situación genera desequilibrios de diferentes características, promovidos por diferentes actores. Estando así las cosas, corresponde persuadir a la humanidad de su validez y urgente observancia. 

Ahora bien, abordar conceptualmente los derechos humanos y persuadir al sujeto de derecho para su  práctica, son actividades complejas, porque se debe transitar por los predios de la ética, la política, el derecho, la economía, la sociología, la psicología, la antropología y, sobre todo, la práctica social. Sin embargo, no es un asunto privativo de las élites científicas, de los constitucionalistas, de los organismos públicos o privados de defensa de los derechos humanos o de las minorías organizadas, no; es un asunto de todos sin excepción, porque todos estamos involucrados en la construcción de nuestras culturas, del proceso de mestizaje y convivencia entre ellas. Se trata de ir edificando una civilización con libertades y conducta social solidaria; así como sembrar la semilla de una  cultura política democrática en los asuntos del Estado.

Es un gran rento el que nos reúne. Involucrémonos. Aprovechemos nuestra condición de trashumantes para predicar la valía de nuestros derechos de una cultura a otra, de un territorio a otro, de un género a otro, de una generación a otra y de una nacionalidad a otra.  

A través de esta columna, me sumo como un obrero más en la construcción de la cultura de DERECHOS HUMANOS. 

Poema: "Tuve que aceptar"

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